11 de agosto de 2009

La gran mentira

Nunca esperé sentir lástima por la gente y menos por una persona cercana a mi. Por lo regular, procuro evitar este sentimiento analizando las razones por las cuales un ser humano podría comportarse en cierta manera o atravesar por momentos difíciles y más allá de la lástima, sentir ira, alegría o sólo indiferencia por su condición,.

Tampoco esperé llegar a sentir lástima por alguien que en algún momento de mi vida admiré o que me acompañó en lo que fueron las etapas más felices y al mismo tiempo más cruciales de mi existencia.

Llamó por teléfono un domingo casi a la media noche, lloraba desesperada, apenas y le entendía lo que intentaba decirme entre lágrimas y sorbiéndose los mocos. Hacía casi un año que había tomado la decisión de alejarme de ella por haberse convertido en una de las personas que no aportan nada positivo a mi vida.

Guardé su recuerdo en lo que llamo "el baúl de los olvidados" para no volver a manchar la bonita imagen que podía recuperar de mi memoria dejando de lado las malas experiencias que terminaron por deteriorar nuestra amistad. Crecimos juntas, nuestras maneras de pensar y de ver la vida eran muy similares, como lo eran también nuestras soledades. Siempre nos llevamos bien, hasta que la envidia, la competencia mutua y las malas intenciones se apropiaron de nuestras personalidades junto con la madurez que se supone debe traer consigo la edad.

Comenzamos a ir por caminos muy diferentes, tanto, que terminaron por abrir un abismo interminable entre nosotras, cada vez que intentábamos retomar la amistad, era peor, su presencia para mi resultaba insufrible, ni siquiera teníamos ya la capacidad para comunicarnos mutuamente.

Le dije que podía llegar a mi casa para platicar del rompimiento con su novio de muchos años, al que supuestamente amaba y adoraba con toda su alma, pero que al final, sólo le servía como un escudo más para herir y pisotear a los demás como usaba cualquier experiencia bonita que ocurría en su vida.

Recuerdo que en algún momento me dijo que no le gustaba que yo fuera amiga de su novio y que le molestaba infinitamente porque creía que yo la iba a traicionar. También me dijo que no toleraba en absoluto que los amigos del chico me tuvieran en muy buen concepto, que me aceptaran en su grupo y que constantemente estuvieran al pendiente de mi. Al parecer, a esas alturas ya no soportaba absolutamente nada que tuviera que ver conmigo. Esto y otras cosas, resultaron las razones por las cuales decidí alejarme de ella, creo que una amiga no puede llegar a odiarte a ese grado.

Llegó a casa en un estado de ebriedad tal, que se reía sola y lloraba al mismo tiempo, cuando abrí la puerta, no di crédito a la manera tan exagerada en la que había subido de peso y lo descompuesta que estaba. Se había abandonado completamente, nunca fue una persona que se preocupara demasiado por su cuidado personal, pero había llegado a tener tanta obsesión por mantener un estilo de vida sano, que incluso se volvió vegetariana. Ahora no quedaba ni una pizca de esa persona.

Como era natural para mi, preferí no hacer ningún comentario al respecto, estaba suficientemente destrozada como para darle el tiro de gracia. La pasé hasta mi habitación para que se pudiera desahogar sin tener la presión de medirse por la presencia de la amiga con la comparto la casa. Lloró sin poder detenerse por un largo rato, decía cosas sin sentido pero no hablaba de la experiencia que supuestamente acababa de ocurrir y yo la dejé llorar sin presionarla para que me contara.

Cuando la noté un poco más tranquila, me atreví a preguntar y fue como si le hubiera expresado el peor de los insultos, se salió de sus casillas y comenzó a culparme por todo lo malo que ha pasado en su vida, especialmente por su soledad. Mientras la escuchaba hablar y decirme que nunca me iba a perdonar, yo sólo podía repetir para mi misma -tenías que tocar fondo para darte cuenta de que si nadie quiere estar cerca para ti, es porque la del problema eres tú, no todos los que te rodeamos- pensaba que al fin había llegado el momento en el que ella iba a poder cambiar, a corregir sus errores e intentar ser una persona feliz, pero estaba completamente equivocada.

Tras escuchar cualquier cantidad de insultos y falsas acusaciones en mi contra, me di cuenta con mucha tristeza, que aquella idea sobre su cambio, era sólo una esperanza para mi, pues terminó gritándome con tal furia, que cayó en el ridículo, parecía que era la bruja mala de un cuento como Cenicienta o Blanca Nieves gritaba -no me importa que todos me odien por quererlos tanto y hacer cosas buenas por todos ustedes, al final, yo me voy a reír de todos-. Por un momento tuve que respirar hondo y contener mi carcajada, pero al comprender sus palabras, entendí con tristeza que esa frase terminó con cualquier esperanza de reanudar la amistad entre nosotros -jamás las cosas volverán a ser como en nuestra infancia- pensé con una profunda tristeza.

Empezó a gritar y a acusarme nuevamente después de un ataque de llanto que no podía controlar y cuando volvió a quedarse callada, me pidió que le diera una explicación sobre por qué me había alejado de ella, lo cual había intentado varias veces con anterioridad, pero todos mis esfuerzos fueron en vano. No acostumbra ser una persona que escuche a los demás, menos cuando se siente herida al escuchar la verdad sobre sí misma. Creo que esta sensación todos la hemos tenido, pero ella no acepta críticas, ni aún viniendo de su madre.

Le dije que me daba una hueva infinita volver a ese tema, habían sido ya tantos intentos fallidos, que la verdad es que prefería evitar un nuevo enfrentamiento. Pero al parecer, esto hizo que se exaltara más, comenzó a gritar de nuevo y a insultarme diciéndome que era una cobarde por no querer pelear con ella, la verdad no creí que esa plática tuviera algún sentido, siempre me ha parecido obvio el hecho de que si una persona no quiere volver a hablar contigo, es porque ya no tiene nada que compartirte o simplemente porque necesita distancia.

No dejaba de repetir esa palabra y de pedirme a gritos que la insultara, que la mandara a chingar a su madre, literalmente, que quería escuchar de mi propia boca que no quería saber nada más de ella, que le aventara algo, algún objeto. Intentó violentarme mil veces hasta que me hartó, no suelo responder a la violencia, por lo general, prefiero hablar con la gente, decirle lo que pienso y el por qué de mis enojos o alegrías. Suelo ser una persona ecuánime, confío en la franqueza y en la honestidad, no le di el gusto de exasperarme.

Respiré profundamente y le expliqué que no encontraría lo que estaba buscando, que yo no acostumbraba pelear a gritos y madrazos, no cre que sea la mejor forma de resolver las cosas. Le pedí que moderara su tono de voz y su forma de dirigirse a mi, que estando en mi casa, nadie tenía el derecho de gritar porque ahí la gente habla, se entiende e intercambia cosas con sentido, que las reglas son no pelear, sino llegar a acuerdos, a respuestas.

Se molestó tanto, que comenzó a imitarme, hizo uso de todo su sarcasmo y más, para poder dirigirse a mi "con respeto", empezó a dar vueltas y vueltas sobre una misma idea hasta que consiguió sacarme de mis casillas, me levanté de la cama y le dije que era suficiente:

-no vas a encontrar lo que veniste a buscar, ya te lo dije y como no vamos a llegar a nada, porque nunca llegamos a nada, te pido que te vayas de mi casa en este momento, no tienes nada que hacer aquí, no eres una persona que aporte nada positivo a mi vida y por lo tanto, no te quiero en mi vida, véte, en este momento, te pido que te vayas-

Me miró confundida, su expresión me dejaba ver que no distinguía si hablaba en serio o sólo estaba bromeando, me miraba como esperando a que le dijera que no era cierto lo que acababa de pedirle, pero yo no juego en ese tipo de situaciones, no soy agresiva cuando pido cosas así, pero hablo muy en serio. Ella no lo podía creer, no daba crédito a lo que acababa de escuchar, comenzó a gritarme que no se iría y no se levantó de mi cama, estaba aferrada a ella como esperando a que yo tuviera a bien levantarla, pero quise evitar cualquier tipo de contacto para no provocar ningún enfrentamiento.

Al darme cuenta de que su terquedad también iba en serio, abrí la puerta y le llamé a Sus, mi roomate y le pedí que me apoyara para correrla de la casa, que se lo había pedido un par de veces, pero que no accedía a irse. Al ver esto, se levantó de inmediato y me dijo -¿Qué, me vas a echar a Susana? ¿no puedes tú sola conmigo? ay, pobrecita-

Me irritó tanto su actitud, que le contesté que sí, que esa era casa de las dos y que si lo que ella necesitaba era que Susana le pidiera irse, pues que recurriría a ella, Susana me apoyó, le pidió que se fuera y entonces ella entró al baño, se tardó demasiado tiempo mientras mi amiga y yo nos reíamos en silencio, especulando sobre su tardanza en el baño y lo que pasaría si decidía quedarse ahí adentro sólo por molestarme. Le pedí que la acompañara a la puerta, pues yo no quería volver a saber de ella y accedió amablemente.

Continuábamos especulando sobre llamar a la policía o a sus padres, cuando salió del baño, se paró frente a mi pero muy cerca de mi habitación y me pidió que habláramos cinco minutos más a lo que yo respondí con voz firme mientras cargaba a mi perro y le acariciaba la cabeza -no más, quiero que te vayas en este mismo momento-. Se enojó tanto que tomó sus cosas, salió acompañada por Susana y antes de cerrar la puera de la casa, me miró y me dijo -sólo quiero que sepas que por mi, te puedes ir a Chingar a tu madre...

La miré a los ojos mientras me lo decía y sólo emití una leve sonrisa después de escuchar lo que acababa de decirme, no sé por qué no me extrañó que dijera algo así. Será que en el fondo siempre conocí su naturaleza baja y pobre, falta de criterio y sumamente vulgar, sólo que nunca esperé a que las cosas terminaran así entre nosotros.

Muchas veces escuché a varias personas pedirme que me alejara de ella, que era una amistad nociva, que había demasiada envidia de por medio en lo que aparentaba ser un cariño tan protector, que sentía que me asfixiaba. Con el tiempo entendí que sus "temores" a que yo sufriera o tuviera "malas experiencias" no eran más que odios y envidias por querer vivir y sentir lo que me pasaba a mi.

Nunca fue una persona agraciada ni físicamente, ni en su forma de ser, la gente no la aceptaba tan fácilmente y las personas más cercanas a mi, por lo general la veían como una mujer repulsiva, ahora entiendo que es porque me quieren y veían en ella una amenaza hacia mi. No les gustaba que estuviera a mi lado porque no me traía nada bueno.

En fin, me da tristeza que una supuesta amistad de tantos años haya terminado tan miserablemente, nunca esperé correr a alguien de mi casa y mucho menos que fuera ella, la persona que me acompañó durante años y años a lo largo de mi vida... y ahora entiendo que todo fue una gran mentira.