27 de junio de 2009

Bien y de malas

Es sábado, me desperté a eso de las 10 o 1030, en realidad no recaí en la hora, no suelo hacerlo cuando llega un fin de semana que es más esperado de lo normal. En teoría, debí haberme levantado con muy buen humor y energía, todo afuera se dispone para ello y además, tengo planes...
No es raro en mi despertar de mal humor, de hecho es mi estado natural a la hora de abrir los ojos y saltar a la regadera, con frecuencia suele durar un sólo momento e irse desvaneciendo una vez que llego a trabajar y observo una cara amiga.
Esta mañana no ha sido la excepción, sólo que fuera de alcanzar el buen humor después de unos instantes y de haber hecho algunas cosas, como ir al baño, salir a respirar aire fresco aunque sea para comprar cosas para el desayuno, mi mal humor no logra desaparecer.
La chica que atiende en la panadería, al igual que la mayor parte de los empleados del género femenino en esa tienda, parecen odiar su trabajo, tienen muy poca disposición y actitud de servicio. No digo que sea un trabajo demasiado agradable o en realidad no lo sé, alguna vez me tocó atender un ciber café y siempre intenté hacerlo de la mejor manera, no por la gente, sino por mi. La diferencia es que mi trabajo representaba una actividad veraniega que además, me dejara un poco de dinero para solventar mis gastos y actividades de fin de semana con los amigos.
Llego a la caja y de nuevo me encuentro con la misma situación, la niña/adolescente que empaqueta las compras, me pone aún peor, pareciera ser un zombie deambulando por el pasillo y muy poco pendiente de quienes estábamos saliendo de la caja. No fue hasta que la gerente le dijo que yo requería una bolsa, que se acercó a dármela. No tenía expresión alguna en su cara, ni si quiera me miró y en el momento que tomé la bolsa con mis cosas adentro y le dije gracias, dirigió sus ojos al piso, lo cual me irritó aún más. En un momento pensé en no darle propina, además no tenía cambio, quería darle sólo un peso, pues llevaba tres cosas nada más y eso sólo para no verme tan mal, pues al final, no culpo su actitud.
A su edad, yo despertaba los sábados más tarde, no tenía que preocuparme por ir a trabajar, sólo por planear la salida del día, ir al cine, qué película ver o si tenía tarea pendiente, pues hacerla.
Terminé por darle una moneda de dos pesos, primero la miró con desconfianza en mi mano, después la tomó, se le quedó viendo para ver de cuánto era y me dijo con voz seca y opaca -gracias- un gracias que hubiera preferido no escuchar, pues esto hizo que mi mal humor se intensificara, estuve a punto de decirle algo como -si no la quieres, dámela... y yo que tú me regresaba a mi casa porque aquí creo que no estás cumpliendo con tu trabajo- preferí callarme para no armar un escándalo, sólo respiré hondo y me mordí la lengua cuando me di cuenta de la pequeñez del detalle.
Salí del supermercado acelerada aún y con ganas de enfrentarme con alguien, en vez de tratar de olvidar lo sucedido en la tienda y darme cuenta de que el sol, a diferencia de ayer está en todo su esplendor y que el calor que está haciendo, es justamente el clima que más disfruto, el que siento que me pone de muy buen humor y que además le hace bien a mi piel.
En vez de ver aquello, fui alimentando mi coraje y enojándome más sin ninguna razón. Al entrar a la casa, me dispuse a prepararme de desayunar, sin tener en claro qué quería, cuando de repente, empiezo a actuar con una enorme torpeza, tiro la mitad del café que había en el frasco, y por consiguiente, me pongo de peor humor. Decido que no voy a levantar nada, ni a limpiar nada en el momento, no quiero que me sigan pasando cosas por hacerlas bruscamente. Prefiero sentarme tranquila, beber mi taza de café y tratar de relajarme para no hacer más tonterías.
Al darle vueltas al asunto de mi mal humor matutino del día llego, a la conclusión de que estoy muy distraída, la causa... la sé, pero no quiero aceptarla.
La gente en el súper siempre actúa igual, la gente en la calle siempre te mira según la impresión que generas en ellos, los días lluviosos llegan todos los años, que el café se te caiga de las manos y se esparza por todo el piso de la cocina, no es común, pero llega a pasar, aunque no siempre se trate del mismo producto. Todo lo que me ha tocado esta mañana sucede con frecuencia, el punto es, que hay algo que me está afectando y hace que lo que me pasa, se vea sucio, oscuro y de mal humor.
Ahora me siento mejor, todo se ve según como te sientas por dentro.

¿Para qué escribir un blog?

Hasta hace poco pensaba que escribir un blog no tenía el menor de los sentidos, incluso dejé perder un dominio pagado en internet, donde muy esporádicamente posteaba algunos escritos sobre experiencias tanto mías, como de otras personas. No eran precisamente cuentos, sino descripciones sobre experiencias, sentimientos e ideas que intentaban explicar lo que en algún momento se vivió y que por alguna u otra razón, no se pueden entender en el instante en el que se viven.
Hoy vuelvo a intentarlo con el fin de compartir fragmentos de mi vida, de lo que soy y de lo que me aportan día a día otras personas, creo que ese es el motivo por el cual la gente bloggea, porque sabe que tiene algo que decir a los demás (o en todo caso así lo cree), sin importar los temas de los que hable.
A partir de la lectura de blogs de amigos y específcamente de un escrito que Rumi (una persona sumamente especial para mi), posteó acerca de algo que yo compartí con ella y los comments que le dejaron, fue que descubrí que mi resistencia no era otra cosa que temor a no ser leída.
Este hecho cambió completamente mi perspectiva al respecto de escribir o no en un blog, ahora creo que sin importar que la gente te conozca o no personalmente, así como del uso que le demos a estos espacios, la necesidad de expresarnos es lo que permite no sólo el desahogo personal, sino la retroalimentación y la apertura a conocer distintas formas de pensar, de comprender y sobre todo, de dar sentidos diferentes a las visiones particulares que suelen ser un poco cerradas o muy subjetivas, cuando nos encontramos en situaciones de angustia, estress o enamoramiento, es decir, cegados por los sentimientos y sensaciones que éstas nos producen.
Green tea en la intimidad no pretende ser un diario personal, ni una autobiografía, sino un lugar donde puedes encontrarme a mi y a mis pensamientos, la puerta siempre estará abierta a la opinión y el intercambio de ideas y temas que te interesen. Pienso que nada enriquece más a una persona, que el debate, así como el darse la oportunidad de conocer a los demás.
Considérate parte de este sitio y espero que sea un lugar donde encuentres cosas que puedas agregar a tu vida, nada me haría sentir más satisfecha, que dejar algo en ti.
Bienvenido.