Es como si estuvieras viendo la realidad que a diario se te presenta frente a tus ojos, puedes percibir personas, movimientos, colores, texturas, sonidos, sentir, respirar el aire espeso de la ciudad, escuchar cómo pasan los coches y dejan una estela de sonido que cuando aún no desaparece ya hay otra que le sigue. Así son también las olas del mar, al reventar la primera inmediatamente viene la que sigue y el cuento es interminable, poco tiene que ver una cosa con la otra pero al final sí hay una relación, el paso del aire por el cual viaja el sonido y permite que llegue a tus oídos para que puedas escucharlo.
También esa sensación que acaricia tu piel sólo que una es más agradable que la otra, pues tiene la brisa del agua salada que aunque es poco agradable por la arena que se pega a la piel por el sudor del cuerpo pero aún así permite que haya destellos en los granos de sal que reflejan la luz del sol.
La otra por el contrario, es una sensación de ahogo, de asfixia, como cuando el coche va avanzando a toda velocidad y tú asomas la cabeza y el aire no te deja respirar no sólo porque golpea abundantemente sobre tu cara hasta saturarla, sino porque se respira humo, contaminación, gases malignos que no te permiten hacer ese acto tan natural que es respirar.
La respiración no es sólo una función vital y natural del cuerpo, lo es todo, aquello que te permite regresar a la calma tras un momento de desenfreno, enojo, aquellas veces en las que explotas y arremetes contra todo y contra todo, ahí te conviertes en torbellino, arrasando con todo lo que está en tu camino sin importar la destrucción que vayas dejando a tu paso, cuando regresa la calma, la respiración se hace pausada, pasas de bufar a algo tan leve que apenas te das cuenta que la llevas a cabo, tu pecho se expande y distiende para dar paso a la relajación, a la tranquilidad, es como haber llegado al lugar en el que querías estar, en el que te sientes seguro y tranquilo.
También esa sensación que acaricia tu piel sólo que una es más agradable que la otra, pues tiene la brisa del agua salada que aunque es poco agradable por la arena que se pega a la piel por el sudor del cuerpo pero aún así permite que haya destellos en los granos de sal que reflejan la luz del sol.
La otra por el contrario, es una sensación de ahogo, de asfixia, como cuando el coche va avanzando a toda velocidad y tú asomas la cabeza y el aire no te deja respirar no sólo porque golpea abundantemente sobre tu cara hasta saturarla, sino porque se respira humo, contaminación, gases malignos que no te permiten hacer ese acto tan natural que es respirar.
La respiración no es sólo una función vital y natural del cuerpo, lo es todo, aquello que te permite regresar a la calma tras un momento de desenfreno, enojo, aquellas veces en las que explotas y arremetes contra todo y contra todo, ahí te conviertes en torbellino, arrasando con todo lo que está en tu camino sin importar la destrucción que vayas dejando a tu paso, cuando regresa la calma, la respiración se hace pausada, pasas de bufar a algo tan leve que apenas te das cuenta que la llevas a cabo, tu pecho se expande y distiende para dar paso a la relajación, a la tranquilidad, es como haber llegado al lugar en el que querías estar, en el que te sientes seguro y tranquilo.
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