28 de junio de 2009

Bipolar

Para Xiana
Me despierto con un sobresalto, una taquicardia hace que mi corazón vaya a mil por hora, las manos me sudan y tengo mucho miedo. Mi respiración está completamente agitada, me cuesta mucho respirar y cada vez me siento más atemorizada. Intento levantarme apoyando mis manos en el colchón y siento la cama húmeda, la camiseta de algodón que llevo puesta está empapada y comienza a enfriarme la espalda.
En el silencio de mi habitación escucho un susurro que de principio no logro descifrar, pues la intensidad con la que trato de equilibrar mi respiración no me permite oír ni ver con claridad quién está en mi cuarto. Cuando por fin logro estabilizarme, me doy cuenta de que es mi voz repitiendo -me quieren matar- una y otra vez. Sé que soy yo, pero no siento el movimiento de mis labios...
Inquieta, comienzo a voltear en todas las direcciones posibles, pero la oscuridad no me deja ver, siento presencias en la habitación y no alcanzo a adivinar quién está conmigo pero no me genera ninguna confianza. Sigo sentada en la misma posición y por más que mi voluntad me empuja a levantarme de la cama, mi cuerpo no responde. Empiezo a temblar y no logro distinguir si es por el frío que tengo o es el miedo de sentirme amenzada.
Ahora que recaigo, no sé en qué momento me quedé dormida, el último recuerdo que tengo es que estaba en la sala de mi casa pintando, las lágrimas no dejaban de derramarse por mis mejillas de manera involuntaria. Mientras continuaba con la colección que ahora estoy preparando para mi próxima exposición.
No dejaba de pensar en él, entre mi depresión, escuché que tocaron a la puerta y el sonido de la mano golpeando contra la madera, me hacían sentir intranquila, dejé mi paleta sobre la mesa y me acerqué lento, miré a través de la mirilla, no vi a nadie, seguían tocando y pregunté quién era.
La voz que me respondió era la suya, sólo que estaba disfrazándola para que no pudiera reconocerle, me dijo que era el vecino del piso de arriba, no le creí y le pedí que se fuera, no logré disuadirlo, se alteró y comenzó a gritar como siempre lo hacía cada vez que intentaba alejarlo de mi vida. Gritaba enojado, cada vez más hasta llegar al punto de la neurosis, yo no dejaba de repetirle que se fuera, que ya no había motivos para estar juntos, que necesitaba paz en mi vida y que si me quería, se alejara pero no le importó.
Sus golpes contra la puerta eran cada vez más fuertes, azotaba su cuerpo contra ella hasta derrumbarla, cuando lo vi entrar enfurecido, corrí a esconderme detrás del lienzo que estaba montado a la mitad de la sala. Su furia no le permitía encontrarme y sólo gritaba mi nombre enojado, con la rabia transformando su rostro. Una expresión bastante conocida para mi, pues era la misma que siempre se encendía en él cada vez que me desmayaba agotada por los medicamentos o cuando le pedía que nos quedáramos en casa porque no me sentía bien.
El testereo del caballete delató mi escondite, se dirigió a él, quitó el lienzo que estaba pintando y lo azotó en el sillón, me tomó de un brazo y me estrechó bruscamente hacia él, cuando estuve lo suficientemente cerca de su rostro, comenzó a llorar y a suplicarme que volviéramos, que no podía vivir sin mi, que no le diera fin a nuestra historia. Ahora parecía otra persona, su voz adquirió un tono muy dócil pero no lo suavizó.
No paraba de hablar y llorar al mismo tiempo, sus palabras me lastimaban y tenía ganas de vomitar. Cuando por fin el llanto ahogó sus palabras, le expliqué que no debíamos estar juntos, que nos hacía daño y que además, mi enfermedad estaba cada vez más avanzada. Yo no quería condenarlo a cuidar a una loca pero esto en vez de tranquilizarlo y hacerlo entender, pero parecía no escuchar lo que yo le decía, su furia lo cegó de nuevo.
Al pedirle que se fuera de mi casa, me tomó por los dos brazos con mucha fuerza, mayugando mi piel pero más el alma, empezó a gritar de nuevo, me dijo que no le importaba que estuviera enferma si eso era justo lo que lo mantenía a mi lado, que yo era la única persona que podía entenderlo porque él también estaba enfermo. Enfermo de nervios, de rabia contra la vida que le había tocado vivir, la adicción de su madre y la neurosis de su padre, una pésima combinación.
Yo forcejeaba intentando soltarme, y esto hacía que me sintiera cada vez más débil, un desmayo se avecinaba, trataba de luchar en contra de eso y por más que trataba de tomar fuerzas, no podía. Él no cedía, al contrario, cada vez que yo trataba de escaparme , me apretaba más para no dejarme ir, como si eso le asegurara que en algún momento yo diría que sí a su petición...
Sigo sin poder levantarme de la cama, me he tranquilizado, mi corazón ha vuelto a su ritmo natural y mi respiración se ha normalizado, siento que se mueve a mi lado, levanta la cabeza y me pregunta -amor, ¿estás bien?- yo lo miro y al ver sus ojos, siento una infinita paz, mientras le respondo -sí, mi vida, sólo fue un mal sueño-, él hace un gesto de molestia que logra disfrazar con su hermosa sonrisa para luego decirme -ven, te arruyo para que puedas dormir- me aprieta contra él y el temblor desaparece. Yo le pido que me espere, por fin puedo levantarme y voy a la cocina con el pretexto de que necesito tomar un poco de agua, pero realmente es para asegurarme de que verdaderamente todo fue un sueño.
Al llegar a la sala, me dirijo hacia el caballete y veo el lienzo intacto, la puerta de la casa cerrada y la paleta sobre la mesa, entro al baño y no puedo evitar llorar, sólo que lo hago en silencio para que no pueda escucharme, esto provocaría una pelea entre nosotros y no tengo fuerzas ni ganas de discutir con él.
Me atacan los mismos sentimientos de siempre cada vez que tengo una crisis de estas, la impotencia de no saber cuál es mi realidad me pone mal, cada vez es más inquietante esta incertidumbre -mi mente es mi peor enemiga- otra vez tengo miedo -no quiero vivir así, ya no más y menos con él a mi lado, no me ayuda en nada, no puedo estar mejor-...
Respiro profundo tratando de tranquilizarme, cuando por fin lo logro, vuelvo a la habitación, enciendo la luz para tomarme un tranquilizante y me reconforta ver que mi cama está vacía, sólo están las cobijas y mis cuadros con los personajes que yo misma he creado. Me recuesto y logro conciliar el sueño de inmediato...

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